
Por aquel entonces yo creía que el cine era una especie de teatro tras una pantalla. El mecanismo era así: cada vez que yo quería ver una película le sonaba una alarma- que emitía una luz verde- a un señor que siempre llevaba unos auriculares puestos y que vivía en algún lugar entre mi tele y Hollywood. Él se encargaba entonces de llamar por teléfono a todo el reparto artístico del film para que actuasen en directo. Por eso, dentro de mí, sentía un poco de pudor y vergüenza al repetir tanto las películas.
Imaginaba a los protagonistas de La princesa prometida, Dentro del laberinto o Aventuras en la gran ciudad haciendo su vida: comiendo, durmiendo, de paseo con sus hijos... cuando de repente eran interrumpidos por una llamada. En mi mente, ellos se quejaban, maldecían y resoplaban de mala gana un "bufff. ¿otra vez? qué niña más pesada"... Yo suspiraba, soltaba un tímido "Lo siento" y me sentaba en el sofá, feliz, pero también un poco avergonzada.
Pasé gran parte de mi infancia creyendo que la mitad de estrellas de Hollywood me odiaban y que quizá no era algo bueno ser tan cinéfila.
2 comentarios:
La verdad es que soy una persona con mucha suerte. He entrado en tu blog y he leído este recuerdo infantil, tuyo, tan personal y a la vez tan entrañable, tierno...tan bonito...
y además lo cuentas con sencillez, espontaneidad y mucha naturalidad.
Encantador de principio a fin.
besos conmovidos
josephb
Como me he reido con esta historia tan ingenua y tierna a la vez.Hija la verdad no sabia que tuvieras esa imaginacion tan desbordante.Pepi
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