martes, 1 de julio de 2008

Un juego poco creíble


Que una película esté interpretada por buenos actores no garantiza que el resultado final sea óptimo. Este es el caso de El juego del amor (Robert Benton, 2007), un drama coral sobre los tejemanejes que provoca ese gran (des)conocido sentimiento.

El profesor Harry Stevenson (Morgan Freeman) ha pedido una excedencia en su trabajo. Ahora su pasatiempo favorito es contemplar cómo el amor azota a los que le rodean: el camarero Bradley (Greg Kinnear) se niega a dejar de creer en el amor a pesar de que su mujer le haya abandonado por una jugadora de baseball; Diana (Radha Mitchell) no puede dejar de ver a un hombre casado que se enfurece cuando ella se plantea hacer lo mismo; Chloe (Alexa Davalos) llega nueva a la ciudad y se enamora de Oscar (Toby Hemingway), un chico problemático, y el propio Harry debe reconquistar a su mujer ya que, aunque se aman, su relación se ha debilitado por la muerte de su único hijo.

Con este argumento sólo existían dos opciones viables: hacer una buena película plagada de sentimientos encontrados o una exagerada y poco creíble. Desgraciadamente, el resultado es el segundo.

El juego del amor resulta ser un juego tramposo, donde la gestación del amor sucede demasiado rápido, las frases más románticas -"¿te he dado las gracias por aparecer en mi vida?"- ocurren en contextos poco propicios, los actores realizan una magnífica interpretación, pero a sus personajes les falta consistencia y sus historias no nos acaban de llegar. Además de aparecer tópicos como el padre maltratador o hijos drogadictos que no aportan nada a la trama, el hecho de que algunas historias queden inconcluidas -como la del lesbianismo- u otras resueltas con prisas. Ése es uno de los handicaps que tienen las películas corales, a veces nos perdemos entre tantas historias, unas se trabajan y otras parecen olvidadas, provocando que al final sean irregulares y no lleguen al público.

La película mejora cuando va llegando al final, gracias / por culpa de un terrible suceso que marca la vida de la mayoría de personajes. Ahí el espectador ya no duda de sus sentimientos y cree sus palabras de dolor e incertidumbre, especialmente las protagonizadas por la interesante Chloe. Aún así, esos últimos momentos no logran salvar los 102 minutos que tiene de duración el filme.

Probablemente hablando de algo tan simple y tan complejo a la vez como las relaciones amorosas, se podría haber hecho mucho más. Y sin embargo, el director opta por no ofrecer nada nuevo. Este juego del amor ya ha sido tratado de forma más acertada en otras películas, como Manuale d'Amore (Giovanni Veronesi, 2005). En la italiana se hablaba del amor con más gracia y sabiduría, había momentos un tanto fantasiosos, pero otros muy reales. Éramos testigos de parejas que se enamoraban mientras otras dejaban de hacerlo, una se planteaba cómo sobrevivir tras una infidelidad y un hombre encontraba la calma tras la tempestad. Multitud de sentimientos y sensaciones que reflejaban con más sinceridad en qué consiste esta locura que es el amor. Morgan Freeman empieza el filme sentenciando: "Como los dioses se aburrían, inventaron a los humanos. Como seguían aburriéndose, inventaron el amor. Nunca más se volvieron a aburrir". Sin embargo, esta película no lo ha sabido reflejar y se ha quedado en el intento.

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