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viernes, 5 de diciembre de 2008

Dios hizo el mundo en siete días... y se nota. Luis Piedrahita

Como ya hizo en sus dos anteriores trabajos – Un cacahuete flotando en una piscina ¿sigue siendo un fruto seco? y ¿Cada cuánto hay que echar a lavar un pijama? (Punto de Lectura), Luis Piedrahita sigue hablando con pasión, inteligencia, humor y ternura de las cosas pequeñas que nos rodean.

Entre los muchísimos temas que trata este polifacético hombre, destaco algunos: La temida pipa amarga que aparece en todas las bolsas de Churruca, los ojos de los grifos (rojo y azul, y que compara con los de David Bowie), la manía de intentar abrir los pistachos que están cerrados (“es como intentar hacer el amor con la Nancy. ¡Imposible! ¡ No tiene ranura!”), el vaho o lo que él llama “la niebla de los pobres”, la esquizofrenia que padecen las pinzas de tender la ropa (“las ponen para que la ropa se seque y para que las galletas no se sequen, eso vuelve loco a cualquiera”), las toallas de los restaurantes chinos para lavarte las manos, la inutilidad de las perchas -siempre te apetece ponerte la camisa que está debajo de todas-, una reflexión acerca de lo triste que fue inventar el teléfono porque su creador no pudo llamar a nadie y si se llamaba él mismo, ¡estaba comunicando!, o sobre los míticos sándwiches que venden en los aeropuertos y hospitales: “cuando lo abres no tiene nada que ver con lo que acabas de leer. Puede que distingas algunos alimentos por la forma o la textura, pero el color está cambiado. Una lechuga blanca, un jamón de york rojo, un pollo negro, un cangrejo gris…”

Dios hizo el mundo en siete días... y se nota tiene mucho que ver con sus anteriores libros, pero sin embargo, a mí me ha hecho reír menos que los otros dos. Es algo subjetivo que imagino que tiene que ver con la afinidad de cada uno sobre los temas que se tratan. Aún así, también es muy recomendable.

Luis Piedrahita tiene el don de saber apreciar los detalles, pero también hay que reconocerle el mérito de haber sabido encontrar el tono adecuado para contar este tipo de cosas sin resultar demasiado excéntrico o perder credibilidad.

Una vez leídas sus ocurrencias y reflexiones, uno empieza a lamentar no haberse parado a pensar en ellas antes. Por suerte, nunca es tarde pare remendar los errores. Gracias, Luis, por darnos el empujoncito que necesitábamos para volver a enamorarnos de las cosas pequeñas.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

¿Cada cuánto hay que echar a lavar un pijama?

El rey de las cosas pequeñas, Luis Piedrahita, sigue el mismo modus operandi que en su primer libro, Un cacahuete flotando en una piscina, ¿sigue siendo un fruto seco? Y que consiste en observar cualquier detalle cotidiano y aparentemente banal para elaborar después una estupenda reflexión llena de humor y ternura.

Aquí, Piedrahita echa el ojo, entre muchas otras cosas, a las pelusas de la habitación (con una interesante teoría: es el cansancio que expulsamos desde la cama mientras dormimos),a la mala costumbre de no determinar el lugar exacto dónde se pone el termómetro (“¡ha pasado por los sobacos y los culos de toda la familia y cuando llega el abuelo se lo ponen en la boca!”), la pena que le causan los pobres calcetines que no jubilamos ni con agujeros, el increíble misterio de las servilletas de los bares que nunca limpian –sólo raspan-, la vajilla de cualquier familia española de clase media: leáse los vasos de Nocilla o a un trauma infantil bastante generalizado y que a él le marcó mucho: llegar del colegio muerto de hambre, ver una estupenda caja de metal azul de galletas danesas y cuando la abres para coger una….¡sólo hay botones e hilos!

Un libro muy ameno, divertido y tierno a partes iguales e ideal para llevar a cualquier sitio. Cuando uno ha tenido un día duro, leer una de las inteligentes ocurrencias de Piedrahita levanta el ánimo. Probádlo, sino...

Por cierto, ¿alguien se atreve a dar una respuesta a la pregunta de su título?

lunes, 17 de noviembre de 2008

Un cacahuete flotando en una piscina, ¿sigue siendo un fruto seco?


Pocos serán los que a día de hoy no conozcan a la versión masculina y algo más estrambótica de la dulce Amelie. Luis Piedrahita (mago, monologuista, director de cine…) se ha ganado, desde hace años, el trono como rey de las cosas pequeñas.

Leyendo su primer libro -publicado en 2005- es difícil no reír con entusiasmo e incluso a carcajada limpia. El lector no tiene más remedio que caer rendido a sus pies y reconocer que sus reflexiones son mucho más que meras anécdotas contadas para divertir: nos recuerda –desgraciadamente tenemos tendencia a olvidarlo una y otra vez- que muchas veces las cosas más pequeñas son las más importantes, o aquí, cuanto menos, las más divertidas.

Piedrahita habla de forma original y ocurrente sobre temas conocidos por todos, pero a los que quizá no les hemos dedicado el tiempo suficiente a modo de reflexión.
¿Qué extraña maldición hace que los Donuts se vuelvan de piedra a medianoche? ¿Por qué cuando estamos fuera de casa, y nos hemos olvidado el cepillo de dientes, nos ponemos la pasta en el dedo y frotamos como si eso fuera a solucionar algo? ¿Todos tenemos a ese amigo que dice “ya hago yo la foto con mi cámara y luego os hago copias” y que nunca lo cumple? ¿Alguien consiguió alguna vez jugar con un balón hinchable de Nivea o sólo pudo darle una patada mientras se iba amenazante hacia otra familia? ¿Un montón de hormigas dormidas podrían hacerse pasar por caviar? Y algo muy importante: ¿Por qué han conseguido hacer preservativos con sabor de fresa y en cambio los sellos siguen “sabiendo a culo”?

Un cacahuete en una piscina ¿sigue siendo un fruto seco? es altamente recomendable para aquellos que valoran como se merece la cotidianeidad y los pequeños detalles; pero también para aquellos que no lo hacen. Después de haber leído este libro y de haber entrado en el universo Piedrahita, probablemente también empezarán a darse cuenta de que las pecas de Morgan Freeman son en realidad chococrispis y que la política actual puede compararse a la bollería industrial: mientras la Pantera Rosa y el Tigretón se convierten en los partidos políticos mayoritarios (PP y PSOE), el Bony es Izquierda Unida (“todos sabemos que está ahí, pero a nadie le acaba de convencer”…) por eso a veces hacen packs con más de un pastelito.